lunes, 5 de diciembre de 2011

Inicio, origen, nacimiento...


Esas son las palabras que a petición de Paloma vinieron a mi mente, tomaron forma para ser expresadas, porque ya habían estado vibrando, sobre todo ese amanecer.

La luna se encendió en un sábado de records y con ella mis sentidos, mentira fue antes, cuando el sol se posó rosa sobre los viñedos y me hizo confundir el frío con el calor, las raíces con las enmarañadas nubes que retaban la mirada, las entrañas de la tierra con una galaxia en espiral.
La fogata preparó el terreno, despejo las incógnitas, invocó la magia, convocó al cuerpo y al espíritu.

Con los primeros gallos, cantamos por las calles aún obscuras de San Sebastian Bernal; una anciana ya barría su pedacito de calle afuera de la tienda de abarrotes. Los gallos volvían a cantar. La zona de perros se hizo evidente y la noche aún cubría el pueblo. El frío era apenas perceptible, la sensación de calor llegaba cuánticamente, como marcando un nivel a cada paso calle arriba. El aroma tenue del incienso acariciaba nuestros adentros y te daba un sentido de pertenencia a algo de por si efímero, pero muy agradable, no necesitabas voltear a tu alrededor para sentirte acompañado.

Fue un obsequio a los sentidos dar pasos en la obscuridad, como clavandose en la atmósfera de la montaña para darle vida, para despertarla, para intercambiar con ella fuerza, valor, coraje...cada exhalación, libertad, cada fricción afiansarse a lo majestuoso y al final disfrutar el camino; la luz me sorprendió otra vez cuando el sol golpeó la pared, la tortuga se miró en aquel espejo y la montaña se encendió en un nuevo día, con nuevos habitantes, pequeños seres que querían visitarla, abrasarla, y porque no iluminarla con su energía.
Arriba el elefante esperaba que la tortuga le presentara a sus amigos, paciente, amable, y ambos nos permitieron darnos un banquete de colores, con matices mágicos en la roca, en el cielo y en nuestros corazones.
Individuos y colectivo auténticos, dispuestos a disfrutar cada choque del viento, cada mañana, cada nuevo día, cada rayo de luz naciendo en el ojo, alumbrando al paisaje, a la pequeña ciudad, a la Peña.

Cerrar los ojos y abandonarse a un hoyo negro, energético, voraz, ceder, marearse y regresar, ser capaces de tomar de el, de sanar con el, de llenarse de felicidad para abrir los ojos con un corazón extremadamente sensible que no puede dejar de admirarse del mundo que lo rodea.
Que tus ojos jamás se opaquen, que no pierdan el asombro, que los sentidos no vuelvan a cerrarse jamás y los amaneceres de luz lleguen sin planearlo, los inicios comiencen con cada aliento, y la sangre nazca con cada latido del corazón.

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